13 de abril de 2013

Historia de la XIII Centuria. La caída de Grevhor.


Salve Lectores!!!

Como es habitual hoy sábado os presento otro relato, y continuamos con la historia de la Décimotercera Centuria. 

En anteriores entradas hemos visto como han sido llamados por el Padre Nurgle para cumplir con sus intereses en el sistema Khirmerra. Y hemos conocido a Grevhor y su centuria. Por desgracia, la guerra sigue sus propios designios y en uno de los primeros enfrentamientos de la campaña, la centuria es duramente castigada por un ejercito eldar comandado por Eldrad de Uthulwé, y estas son las consecuencias.


Thrikon fue el primero en bajar de la stormbird personal de Grevhor. Su rostro, siempre sonriente pese a las marcas de viruela y peste, mostraba un mirada esquivaba. Las noticias no eran buenas. El regreso al Espíritu de Mortarion no podía ser más lúgubre. El gran Grevhor, el invencible, el poderoso, el portador de plaga de mil mundos había sido derrotado en la superficie de Khimerrha. Y no solo había sido derrotado también había sido gravemente herido. Los nurgletes que siempre transportaban su palanquín habían perecido durante la batalla, por lo que el inmenso cuerpo de Grevhor tenía que ser llevado en brazos por los miembros de la escuadra de Thrikon, su punta de lanza, sus elegidos.
Al salir a la luz del hangar principal del crucero de plaga y contemplar el cuerpo herido los supervivientes de su decimotercera centuria dudaban que pudiera salvarse. Sus heridas eran muy graves. Más de medio cuerpo estaba quemado por las armas de fusión de unos dragones llameantes eldars y el resto de su hinchada anatomía mostraba heridas muy profundas de armas de combate cuerpo a cuerpo. Las heridas supuraban sin cesar un icor negro que salpicaba su cuerpo y que al caer al suelo abrían sulfurosos agujeros allá donde entraba en contacto con su sangre contaminada. La procesión abandonó rápidamente el hangar camino del apothecarion del crucero.
El silencio sepulcral que rodeaba a Grevhor se rompía por parte de los más exaltados de la centuria al desaparecer de su vista su cuerpo. Todos sabían que los dioses del caos son veleidosos. Ellos deciden a quién y cuando otorgar sus dones y Grevhor parecía haber perdido el favor de Nurgle con esta derrota. Su ascenso a la demonicidad parecía que estaba a su alcance, pero sus heridas no curan, es todavía un simple mortal. Si muere la partida de guerra se quedaría sin señor. Había que posicionarse para la lucha de poder que se avecinaba. Melghar lo había intentado antes del desembarco en Khimerrha y ahora solo era un engendro del caos, sin mente ni alma. Todos creían que Grevhor les iba a abandonar pronto. Dejaría de ser un simple mortal y pasaría a ser un Principe Demonio. El mundo material daría lugar a la disformidad, y su señor sería más poderoso que nunca y su partida de guerra de las más temidas de la galaxia. Pero ahora esos horizontes de grandeza se habían esfumado y no había nadie con suficiente poder para hacerse con el mando de la centuria sin una cruenta lucha interna. El único que podía haberlo hecho era Thosperius, el fiel hechicero de Grevhor, pero también había sido herido de gravedad. Durante la tercera gran batalla tuvo que enfrentarse a un duelo psíquico con Eldrad de Uthulwé, el famoso vidente eldar, saliendo muy mal parado. Su maltrecho y mutado cuerpo no pudo contener las energías de la disformidad que el poderoso vidente lanzó contra él y se colapsó su mente. Ahora no es más que un deforme cuerpo vacío, sin mente, tirado en algún rincón de la stormbird de su señor. Y no solo era el único que podía sustituir a Grevhor en caso de que él desapareciera, ya fuera porque hubiera alcanzado plenamente la demonicidad o porque estuviera muerto, sin Thosperius para contactar con Nurgle, para implorar su favor, para solicitar la salvación de su señor, Grevhor estaba perdido.
Todos los heridos fueron llevados al apothecarion. Maskhius, como antiguo apotecario, trataba de sanar a los que pudiera, o darles una misericordiosa muerte. Lejos quedaban los tiempos en que sus conocimientos sobre las anatomías mejoradas por el Emperador de los marines espaciales servían para algo. Ahora con los cuerpos tan mutados por Nurgle la curación era más una cuestión de hechicería que de ciencia. Aún así a veces conseguía rescatar de la muerte a algún guerrero y devolverlo a la centuria. Quizá Grevhor fuese uno de los elegidos en esta ocasión, aunque al examinar su deforme cuerpo Maskhius lo dudaba profundamente.
Mientras el apotecario trabajaba para salvar al señor de la centuria, los sargentos de las principales escuadras se reunían en la sala de la logia de la nave. Los pútridos estandartes honoríficos de la legión los rodeaban y el olor al incienso ritual les aclaró la mente. El aroma les llevo a tiempos pasados, ecos de glorias olvidadas y de sensaciones ahora imposibles dado la marca de Nurgle que todos y cada uno habían recibido y que habían embotado sus sentidos hasta extremos inimaginables. El cónclave es secreto y está organizado por algunos de los más relevantes sargentos de las escuadras de la centuria. Pretenden plantear una facción unida y ser ellos quienes elijan al sucesor de Grevor. Thrikon como jefe de una de las dos escuadras de elegidos y favorito de Grevhor, se oficia como convocante. Changart y Glasthor y Murrhok, como los sargentos más antiguos de la centuria y paladines de las escuadras de marines de plaga, los bendecidos directamente por el Gran Padre, acuden. El resto de los oficiales de la centuria no se presentan. Tienen que decidir cómo actuar en el aciago futuro que intuyen. No quieren desaparecer como fuerza de combate unida y compacta. La decimotercera centuria de la cuarta compañía era de las mejores de la legión cuando Mortarion aún les comandaba. Seguir unidos es un homenaje a su demoníaco primarca y la mejor manera de servir al Gran Padre. Pero los egos de sus miembros son grandes, nadie aceptará de buen grado que alguno de ellos cuatro se haga con el poder de la centuria. Y Nurgle le encomendó una misión, que Grevhor no pueda llevarla a cabo al Gran Padre no le importa, solo le importa el éxito de la misma, y no cumplirla puede significar que todos acaben siendo simples engendros.
Saben que el futuro de la centuria está en sus manos, y que quedan largas horas de deliberaciones y una cruenta lucha con el resto de los paladines y oficiales para imponer su criterio, una vez decidido.


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